De todos los posibles enfoques de inversión (y son muchos, que van desde el uso de gráficos de “velas” a la astrología), el que históricamente ha demostrado una mejor combinación de rentabilidad y riesgo es aquel que basa las decisiones de inversión en las discrepancias entre el precio y el valor intrínseco de una compañía. Pero aunque conceptualmente sea sencillo, su aplicación práctica dista mucho de ser fácilmente ejecutable.

La valoración no es una ciencia exacta, ya que mientras las matemáticas económicas necesarias son relativamente simples, la estimación correcta de las variables que afectan al valor, el futuro crecimiento considerado, la rentabilidad sostenible, etc… hacen que la estimación exacta del valor sea una tarea complicada y por tanto se deba aspirar no a la consecución de un valor exacto sino a un rango de valores en el cual se encuentra nuestra posible inversión. Si la estimación es equivocada, podemos acabar pagando de más, y salvo que nos veamos inmersos en un fuerte mercado alcista especulativo en el cual las acciones suban sólo para acabar vendiéndolas más caras a otro inversor, acabaremos perdiendo dinero.

Una vez considerada la valoración de la compañía, si establecemos un precio máximo de entrada considerablemente inferior a nuestra estimación nos protegeremos de posibles errores. Determinado dicho valor de entrada, si la cotización actual es inferior a nuestro valor calculado será conveniente realizar la inversión.

Si el mantra para ganar en bolsa es comprar barato y vender caro, el procedimiento a seguir es el comentado anteriormente. Pero, ¿por qué entonces es tan complicado para la mayoría de los inversores seguir este enfoque, que según las estadísticas, sólo es llevado a cabo por el 10% de los participantes en el mercado?

En primer lugar, la oportunidad de comprar a un precio inferior a su valor se produce cuando las acciones de la empresa están inmersas en una tendencia bajista, lo cual produce un gran temor ya que, dado que es imposible acertar con el momento exacto de entrada, es casi seguro que las acciones recién adquiridas continúen bajando justo después de haberlas comprado. Las acciones son más seguras cuanto menor es el precio que se paga por ellas, y por tanto lo lógico es seguir comprando en la caída. Pero nuestra psicología, dejándose llevar por el miedo, opinará exactamente lo contrario.

En segundo lugar, aun habiendo realizado todo el proceso anterior de manera correcta, ello no implica que se vaya a producir una revalorización inmediata de la inversión, sino que en el mejor de los casos pasarán varios meses, y en el peor, varios años, para que el mercado reconozca el valor real de nuestro activo. Por ello se requieren elevadas dosis de paciencia.

En resumen, es necesaria una valoración correcta y prudente de los activos adquiridos y una firme convicción sobre el método seguido, para evitar que la opinión generalizada del mercado nos distraiga de nuestras convicciones y nos dejemos influenciar por opiniones externas que suelen ser exactamente las contrarias a nuestros intereses a largo plazo.

 

Guillermo González

Consejero delegado de Arwen Capital

 

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